Rufus T. Firefly hechizó la Sala Berlín de Almería con un concierto de alto voltaje emocional y una producción envolvente. La psicodelia se hizo carne.
El pasado sábado, la Sala Berlín de Almería se convirtió en una cápsula atemporal, un planeta flotante entre luces de colores, humo y melodías hipnóticas. Rufus T. Firefly llegaban con un único propósito: regalarnos “Todas las cosas buenas”. Y lo lograron. Lo que se vivió fue más que un concierto, una ceremonia sonora, íntima, cósmica, tejida con hilos de sintetizadores, rock, pop atmosférico y la inconfundible voz de Víctor Cabezuelo, arquitecto de un universo musical que ya es leyenda viva en el panorama independiente español.
El ambiente fue, desde el primer minuto, absolutamente envolvente. Un mar de niebla escénica y luces mutantes —del amarillo cálido al rojo sangre, pasando por azules eléctricos y verdes— dibujaba un paisaje visual a la altura de la propuesta sonora, pero retándonos a los fotógrafos. Lo cinemático se mezclaba con lo visceral.
El inicio se hizo esperar unos minutos, sí, pero cuando “El Coro del Amanecer” empezó a sonar, el tiempo se diluyó. Comenzaba el viaje. Le siguieron joyas como “Camina a Través del Fuego”, la irónica “Ceci n'est pas une pipe” o la brillante “Polvo de Diamantes”. Cada tema era una pieza de relojería emocional, ejecutada con tal precisión que parecía imposible en un directo.
No es
exagerado decirlo: Víctor Cabezuelo es uno de los grandes genios de nuestra
música actual. Su capacidad para combinar sensibilidad pop, experimentación
psicodélica y discurso poético lo sitúan en un lugar muy por encima de la
media.
Nos habló de “Reverso”, germen del disco, nacida para una exposición en el Museo del Prado. Nos contó que “Trueno Azul” era un homenaje al coche de su padre, una reliquia emocional sobre ruedas. Y se abrió en canal al presentar “Canción de Paz”, gestada junto a Juan, el bajista, con un aroma bossa que encapsula la esencia del disco: belleza en lo cotidiano, luz en la penumbra.
La sección rítmica fue pura maestría. Julia a la batería no solo marca el tempo: lo transforma, lo vive y lo expande. Su solo tras “Nebulosa Jade” fue brutal, una descarga de electricidad controlada que puso al público en trance.También nos sorprendió con un momento tan especial e íntimo cantando una versión de “Canta por Mí” (el clásico de Manolo García), una canción con mucho significado para ella.
Y luego está Manola, a los teclados y coros, aportando ese toque elegante y sofisticado. Su presencia es magnética y su aportación, esencial.
La conexión con el público fue total, interactuando, mimando, sellando esa relación con la banda. Entre los asistentes, miembros de Lori Meyers se dejaron ver —ellos tocaban al día siguiente en Solazo Fest—, disfrutando como fans más de un directo que rozó la perfección.
El repertorio fue una odisea emocional. Desde “La Plaza” hasta la cerradura cósmica de “Lumbre”, pasando por los bises que fueron pura magia: “Sé Dónde Van los Patos Cuando Se Congela el Lago”, “Río Wolf”, “He Soñado que Tocaba con Triángulo de Amor Bizarro”. El cierre, como no podía ser de otra forma, lo firmó “Todas Las Cosas Buenas”, canción que no solo da nombre al disco, sino que resume el alma de Rufus T. Firefly en este momento vital.
Víctor se acordó de su equipo técnico, de la sala, del público. Y recordó, con honestidad desarmante, aquella frase que le confesó a Angels Barceló la noche anterior: “Una vez al mes pienso en tirar la toalla. Pero seguimos gracias a vosotros”. Y ahí está la clave. Rufus sigue por y para la gente que cree en la belleza, en la música con propósito, en lo eterno.
“Todas Las Cosas Buenas” no es solo un disco. Es un punto de inflexión, un faro, un testamento emocional. Rufus T. Firefly ha entendido lo que muy pocos entienden: que la música no es producto, es ritual, refugio, experiencia. Directamente, se han pasado el juego.





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